08/11/2012

La viuda de Naím

 
La viuda de Naím
Ante la muerte de un hijo

Un encuentro doloroso en Naím
Sucedió que mientras Jesús iba de camino junto con sus discípulos, pasó por una pequeña ciudad llamada Naím, y allí se topó con unas personas que llevaban a enterrar a un joven, hijo único de una viuda. La escena le conmovió profundamente al ver el dolor de aquella madre y se acercó a ella para transformar su dolor en alegría (Lc 7, 11-17).


La muerte de un hijo
La muerte de un ser querido es, de por sí, un hecho muy doloroso. Pero tratándose del hijo único para una madre, que además es viuda, aquella pérdida es no solamente la del hijo, sino la de toda esperanza de vida en su familia. En aquel tiempo, las viudas y los huérfanos vivían en condiciones miserables, pues quedaban desprotegidos y dependían casi siempre de la caridad del pueblo.


Jesús siente compasión ante el dolor
Al verla, Jesús tuvo compasión de ella y le dijo: “No llores” (v. 7). Jesús toma la iniciativa ante el dolor humano; no deja pasar de largo a aquella mujer con su hijo; observa lo que está sucediendo, se conmueve y decide salir a su encuentro para consolarla, sin que nadie se lo pida. Al decirle: “No llores”, le está invitando a no perder la esperanza ni dejarse vencer por el dolor, pues la muerte no tiene la última palabra en la existencia humana.


Jesús le dijo al joven: “Levántate”
Después detuvo a los que llevaban el cuerpo, tocó el féretro y dirigiéndose al joven difunto le ordenó levantarse, como si su muerte se tratara de un sueño. También a la hija de Jairo le dijo: “Niña, Yo te lo digo, levántate” (Mc 5, 41). Para Jesús, la muerte es un estado transitorio hacia la vida, y aunque no siempre es posible tener el privilegio de sobreponerse a situaciones de peligro de muerte para seguir viviendo, como aquel joven, tenemos la certeza de que nuestra fe se apoya firmemente en la resurrección, que es plenitud de vida en la presencia de Dios (cfr. 1Cor 15, 1ss).


Nuestro Dios es Dios de la vida
Los sentimientos de dolor y de pérdida son inevitables ante la muerte de un ser querido, pero más fuertes deben ser la esperanza y la alegría que nos da la vida misma, aquí en este mundo y también en el otro, pues contamos con la cercanía de Dios, que se define a sí mismo como “Padre misericordioso”, “Dios de vivos y no de muertos” (Mc 12, 27).

Autor:Tarcisio Carmona  

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